Al norte de Tanzania, enclavado en la ladera oeste del Gran Rift Valley y a orillas del Lago salado Natrón, se encuentra un volcán único al que los Maasai llaman Ol Doinyo Lengai, la Montaña de Dios en lengua Maa.
Atemporal y con sus 2.768 m sobre el nivel del mar se erige, en mitad de una tierra inhóspita, esta impresionante montaña de forma cónica casi perfecta, laderas formadas por cenizas compactadas durante miles de años y coladas blancas visibles desde cualquier ángulo que le confieren una belleza extraña y cautivadora.
Se trata de un volcán diferente, único en el mundo, y es que de él emerge la lava más fluida y la más fría detectada, haciendo que tenga un color negro durante el día, rojo durante la noche, y blanco en contacto con el agua o la humedad.
Su última erupción fue en 1966 y sus cenizas se elevaron a más de 1.500 m. de altura dejando, completamente cubierta, toda la región. Y es que no es de extrañar que los maasai la llamen la Montaña de Dios. Su fuerza ha hecho temblar la tierra, de sus entrañas sale fuego y con sus cenizas se abonan los escasos pastos donde se nutren sus manadas de vacas y ocasionalmente las migraciones provenientes del vecino Serengeti.
Alcanzar la cumbre de este volcán resulta grandioso. No sólo por la satisfacción tras el gran esfuerzo realizado, sino por todo el espectáculo, jamás imaginado, que se presenta ante nosotros. La llegada a la cima coincide con la salida del sol, y es entonces cuando todo cobra magia.
Primero una tenue luz, después un sol rojizo y finalmente una luz cegadora que se filtra entre las fumarolas y los conos, invadiéndonos una extraña sensación de paz al tiempo que nos convertimos en testigos de el gran poder de la naturaleza. Y al girar la cabeza… las cumbres más altas de África: el Kilimanjaro, el Mt. Meru y el Mt. Kenia, todo un festival de montañas míticas a nuestro alrededor.